Los Abrojos
del Pasado
Escribe:
Enrique Guillermo Avogadro
"Y es desfile de fantasmas el pasado que me espanta,
y me anuda la garganta y me llena de temor".
Armando Tagini
Más allá del sideral papelón que protagonizó el Juez Marcelo Martínez de Giorgi al convalidar la inaudita exigencia de Hebe de Bonafini de ser interrogada en la sede de su fundación, en lugar de comparecer en Tribunales como cualquier mortal y, de paso, ser humillado, insultado y desafiado por esa energúmena, la reunión que mantuvieron Cristina Fernández y Daniel Scioli, tiñó la semana política.
La imagen de ese encuentro, profusamente distribuida, conmovió al Partido Justicialista, que está intentando desvergonzadamente desprenderse, cual serpiente, de la piel kircherista que utilizó durante más de doce años, como antes hiciera con el menemismo, con el duhaldismo y con tantos otros ismos que los precedieron, tan pronto éstos fracasaron. Tampoco lo ayudan en esa ciclópea tarea los violentos episodios periodísticos protagonizados por Guillermo Patotín Moreno en televisión, o el video que lo muestra rascando el fondo de la olla que él mismo vació sin misericordia.
Sin embargo, la fotografía sólo demostró la enorme preocupación que embarga -¡también ella!- el ánimo de la ex Presidente y del ex Gobernador, de lejos el peor que tuvo la Provincia de Buenos Aires en toda su historia, unidos sólo por el espanto. Y no es para menos: la Justicia se acerca a ambos a pasos agigantados. En el caso de la noble viuda, la actividad del Juez Claudio Bonadío en el affaire del memorandum con Irán, que irremediablemente la llevará al procesamiento por traición a la patria y encubrimiento del terrorismo, constituye el hecho más grave, frente a un mundo tan golpeado por incesantes atentados, ya que la transformará en un paria internacional.
Por su parte, a don Lancha lo acechan las investigaciones sobre la inmensa fortuna que construyó, robando caudales públicos, mientras el territorio que gobernó se hundía en la miseria y carecía de los servicios públicos más elementales, para no hablar de las terribles inundaciones que se llevaron la vida de una cantidad aún no determinada de bonaerenses. Bien podría haberse unido a la foto Anímal Fernández, hoy nuevamente imputado por similares razones.
Claro que no están solos; los acompañan los ya innumerables miembros de la asociación ilícita que saqueó el país, sin dejar en él nada en pie, que están ahora investigados, detenidos o procesados por esas buenas almas que imperan en Comodoro Py, otros que tratan con igual desesperación de cambiar de piel, después de tanto tiempo de resultar cómplices necesarios, por interés o cobardía, del monstruoso latrocinio.
El kirchnerismo tuvo un éxito inmenso: hasta verse obligado a entregar el poder, consiguió que la crisis en la que sumió a la Argentina -infinitamente peor que la del 2001- no fuera percibida por la ciudadanía; a que lo lograra contribuyó la nueva administración que, dubitativa, se resistió por meses a informar a la población en qué estado encontró cada área del Estado y, cuando finalmente lo hizo, fue mediante un relatorio que no tuvo difusión alguna.
Cuando digo que la gravedad de la situación que heredó Macri resulta incomparable con el país que entregó De la Rúa en 2001, me baso en que, en aquél momento, cuando estalló la convertibilidad después de haberla mantenido con pulmotor y endeudamiento desde 1998, el verdadero sufrimiento correspondió a la clase media ahorrista, ya que la depresión económica había producido mucho antes el cierre de empresas y la pérdida de empleo, con la consecuente reducción del consumo. Quedó así ociosa una gran capacidad industrial y energética; recordemos que, entonces, Argentina no sólo era autosuficiente en la materia sino que exportaba a los países vecinos, para lo cual se habían construido y redes de alta tensión gasoductos a Chile, Brasil y Uruguay. El entonces Presidente, Duhalde, devaluó fuertemente y comenzó la reactivación apoyada, precisamente, en aquellas capacidades ociosas; en 2003, cuando don Néstor llegó al poder, ya el país había salido del "infierno" y, además, su gestión fue beneficiada por el marcado incremento en el precio de nuestras commodities, en especial la soja.
En cambio hoy, los abrojos que dejó el pasado siguen prendidos ya que no solamente perdimos el autoabastecimiento de energía sino que nos hemos convertido en grandes importadores -todos aquellos conductos debieron invertir el sentido de sus flujos- y no existe capacidad ociosa industrial por la falta de inversión productiva y el irracional aumento del consumo, fogoneado por el populismo kirchnerista. El colmo fue el congelamiento de las tarifas energéticas -gas y luz- y del agua corriente, una medida demencial que, justificada en 2001, fue mantenida a rajatabla hasta el final; el calificativo se debe a que a los subsidios aplicados para evitar el colapso del sistema responden nada menos que por el 85% del enorme déficit fiscal.
Las bombas que dejó la gestión anterior explotaron al unísono y, sobre el natural descontento de la población ante los inevitables ajustes que se ve obligado a realizar el Gobierno para intentar reencausar la economía y aprovechar la leve brisa favorable que llega desde el exterior -la situación de Brasil mejorara y hay una renovada apetencia por los países "emergentes"- han aparecido algunas serias amenazas al devenir democrático de la República, con el doble objetivo de desestabilizar a Mauricio Macri y a María Eugenia Vidal y de generar miedo por las derivaciones carcelarias de los procesos de corrupción sobre los jerarcas del desfalco.
Lo que vimos la semana anterior, cuando se quiso llevar a Bonafini a declarar y apareció una pared humana de delincuentes para impedirlo (¿dónde están los fiscales que debían imputarlos por encubrimiento?), logró preocupar al Gobierno por las eventuales derivaciones de la detención de Cristina Kirchner, algo que todos -incluida ella misma- consideran harto probable. Los mensajes mafiosos que recibió la Gobernadora pretenden hacerla desistir de la audaz limpieza de la Policía de la Provincia de Buenos Aires que encaró para desarmar esa gigantesca cueva de narcotraficantes, proxenetas, empresarios del juego, secuestradores y ladrones de toda laya.
En estos días, las organizaciones kirchneristas han retomado la calle con la excusa de protestar contra las políticas correctivas del desmadre que dejaron sus jefes, y seguramente éstos no cejarán porque les va en ello la libertad propia, de sus hijos y las fortunas mal habidas. En el cómputo de asistentes a las marchas -un caso emblemático fue el día de San Cayetano- sumaron a quienes tienen legítimos reclamos por la pobreza o la falta de trabajo pero, cuando se tomó conciencia del fin real y aparecieron pancartas y pañuelos blancos, el número se transformó en infinitesimal, como ocurrió ayer en Mar del Plata, donde sólo eran trescientos, aunque por cierto muy agresivos.
Eso confirma que la ciudadanía está dispuesta a realizar el esfuerzo que se le pide -sobre todo, porque la alternativa eran Scioli y Anímal- pero, en contrapartida, exige el fin de la impunidad de los funcionarios, de sus cómplices privados y de los jueces corruptos. Si no recibe rápidamente señales positivas en esa demanda, la paciencia se acabará porque le resultará insoportable contemplar el libre pavoneo de los causantes de tantos males, aunque la responsabilidad sea de toda la sociedad, que prefirió mirar para otro lado, y votarlos, mientras los bolsillos estaban artificialmente tranquilos.