Gulag 2016
“Cuando llegué al campo de concentración Omsk 4 había unos cinco mil prisioneros. Me dieron el número 720 precedido con la letra “S”, con el cual me identificaban. Cada letra del alfabeto significaba un grupo de mil personas en este campo de concentración. La letra “S” es la decimoséptima en el alfabeto ruso. De manera que “S” significaba diecisiete mil prisioneros. Yo era el prisionero 17.720. Pero había solo cinco mil prisioneros en este campo. Usted puede deducir cuantos habían muerto. Algunos eran enviados a otros campos, pero la mayoría eran muertos”
Avraham Shifrin
Unos dos mil ciudadanos argentinos fueron víctimas de reglas inventadas por el gobierno del matrimonio Kirchner. Acusados sin pruebas, condenados con leyes solo aplicables a ellos. Adultos mayores que no tenían acceso a una defensa justa en los circos de juicios de los mal llamados casos de lesa humanidad. Más de trecientos murieron en cautiverio.
“Una vez, cuando estaba en Tayashet, fui llevado a la estación de trenes escoltado por cuatro guardias con dos perros. Perdimos el tren y ellos decidieron hacer los cuarenta kilómetros en un carro tirado por caballos…”
Avraham Shifrin
El prisionero político meneó la cabeza y se hizo de hombros pues ya sabía lo que le esperaba. Subió al vehículo sentándose de lado -con las complicaciones lumbares que una simple frenada le puede acarrear a un anciano- y puso un termómetro conseguido de contrabando en el asiento junto a él para recorrer unos mil quinientos metros hasta el hospital más cercano para acudir a una tele conferencia. Este viaje de diez minutos puede transformarse en un día de estadía sin dormir. Al salir del vehículo, el mercurio alcanzaba los sesenta grados centígrados.
Avraham Shifrin fue uno de los sobrevivientes de los campos de concentración de la ex Unión Soviética que logró testificar ante el sub comité de administración de seguridad de los Estados Unidos en 1973 abordando el tema de los campos de trabajo forzado.
De acuerdo con su testimonio, los campos de concentración alojaban mucha menos gente que durante los años de esplendor del terror implantado por Joseph Stalin. Pero la triste realidad indicaba que había aún muchos prisioneros de conciencia. Los campos -lejos de desaparecer- seguían recibiendo gente y los tratos eran tan brutales como antes.
Desde que Mauricio Macri asumió la presidencia de la Nación Argentina, siguieron los arrestos y juicios a ex uniformados. Durante los primeros seis meses de su función, más de veinte presos políticos murieron por escasa o falta de atención médica. Funcionarios como el juez Hornos admiten sin darse cuenta que los jueces responsables de sus detenidos no visitan a estos cuando su obligación es hacerlo -al menos- cada seis meses. Esta confesión parece no ser un incumplimiento en las funciones de los magistrados. Es más, parecería que para Gustavo Hornos ni siquiera merece un llamado de atención.
Un grupo de prisioneros del campo de concentración Ust-Nera clandestinamente hizo conocer un documento indicando que luego de la caída de Stalin los guarda cárceles no los golpeaban tanto, pero las condiciones parecían aún peor pues esperaban ilusionados los cambios de Nikita Khrushchev y sus pensamientos liberales que arrastrarían una “desestalinización”
(Comité Judicial del Senado de los estados Unidos. Sesión 93)
Cuando el candidato a presidente Mauricio Macri hablo de terminar con los curros (Negociados) de los Derechos Humanos se refería a ciertas organizaciones argentinas que habían secuestrado a los derechos del Hombre y digitaban a su antojo quien los merecía con el objetivo final de dar y recibir indemnizaciones. El entonces candidato -al emitir semejante acusación- debería tener pruebas. Al parecer estas han quedado demoradas para una mejor ocasión ya que nadie de estos organismos ha pasado por tribunales en referencia a negocios ilegales relacionados a Derechos Humanos. Está bien que en España “currar” tiene un significado diferente, pero la independencia se celebró en 1816 y nuestra en acepción esto envuelve un delito. ¿Ni siquiera una amonestación?
“Sé lo que es la realidad de la prisión. Estuve allí (Campo de concentración 10) durante un año. En las barracas había veinte prisioneros. Barracas de material concreto y hierro extraído de las vías de trenes. Es un tinglado, por ello en verano uno no puede respirar. Es un horno, allí. En invierno el frío y las gotas de agua que caían desde el cielorraso era la única indicación de saber que estábamos vivos”
Avraham Shifrin
Allí va Luis Abelardo Patti en su silla de ruedas desde su habitación hasta una cocina a la que no podrá acceder ya que la abertura no es lo suficientemente ancha para su medio de movilidad. A su paso, desde el cielorraso, las manchas de humedad desprenden alguna rebelde gota de agua. ¿La ciencia y la tecnología ha avanzado tanto como para convertir hongos y humedad en algo saludable? Pero esto no solo ocurre en el Hospital Penitenciario que tiene a Patti como paciente/prisionero, sino que en las celdas de las cárceles se deben reordenar la posición de las camas si no se quiere recibir una ducha permanente las noches de lluvia. Equipos de aire acondicionado o calefactores funcionando son rarezas de la naturaleza. Estos se arreglan mágicamente los días de anunciadas visitas de inspección, producto de algún habeas corpus presentado por algún prisionero que pone en juego su tranquilidad, para volver a la normal anormalidad minutos después.
“Cuando llegué al campo de concentración (Ufaley) el tifus estaba totalmente expandido. El eco de la cadena de tos se escuchaba todo el día. Era peor en las noches.”
Johannes Bibak, soldado alemán arrestado en La Unión Soviética
El Hospital Penitenciario Central es muy frío durante el invierno. Hay insectos que recorren los cuartos y la sarna es un problema común entre los prisioneros. Algunos conviven con ella como algo ya natural. La tos se toma turnos, suena como seca -esa clase que rompe pechos- y va escalando de habitación en habitación como honrando un escalofriante efecto dominó que se acentúa cuando el sol desaparece de la escena.
La mala alimentación y la inexistente asistencia médica en los campos de trabajo forzado en la Unión Soviética, hacía que los prisioneros cayeran y se convirtiera esto en algo natural. Eran solo trozos de carne.
Uno de los casos bandera en la cruda demostración de los derechos humanos violados para con ex uniformados en Argentina es el trato al que no pudo sobrevivir Víctor Becerra. Nunca este hecho ganó la luz en medios masivos de comunicación, lo cual da la sensación de que nunca sucedió. Becerra fue sometido a traslados inhumanos y asistencias a juicios bajo condiciones que incluían coma diabético, hipertensión e hipotensión arterial y un deterioro vascular grave en su sistema circulatorio, además de demencia y otras complicaciones agravadas por la imposibilidad de ser tratadas en el ámbito carcelario. El tribunal hizo caso omiso, y además dilato ex profeso la atención que debía recibir Becerra, provocando una pena de muerte ya no encubierta.
Los hospitales que atienden a los presos argentinos no están preparados ni equipados para una debida asistencia. Menos aún para adultos mayores, quienes poseen -por razones biológicas- otro tipo de respuesta a enfermedades. Aún con experiencia y dedicación, el personal sanitario y los propios ancianos no reconocen los problemas de salud corporal y mental en su verdadera dimensión, o el estigma de las enfermedades. Tiempo atrás, en una conversación con el doctor Eduardo Landera comenté qué a los veinte años, con una gripe encina, practicaba deportes. A los treinta, me encontraba con amigos o asistía a alguna función de cine. A los cuarenta, estando en mi oficina, no veía la hora de volver a casa. Imagine usted la respuesta del doctor Landera sobre como sobrelleva una gripe un septuagenario, en la cárcel, sin mínima atención.
Fabian Kussman
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 06, 2016