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HEBE DE BONAFINI - EL ANGEL CAÍDO

CORRUPCIÓN E INMORALIDAD EN ARGENTINA.

 

Todo es factible de corromperse, pero en términos políticos reservamos la corrupción y las corruptelas para aplicarlas a las conductas de quienes, usando poderes del Estado, se benefician personalmente en desmedro de los intereses generales, con perjuicio de la sociedad o del mismo Estado. Un día Pedro Ordimán y el Gigante se encontraron, en el bosque.

Por

Jorge B. Lobo Aragón

El Gigante lo desafió, cuál tenía más fuerzas, y para demostrar las suyas abrazó un árbol grande y lo levantó, sacándolo de raíz, – A ver, qué vas a hacer Pedrito – y Pedro sin inmutarse sacó del bolsillo un largo piolín, ató su extremo en un árbol y se lar­gó a caminar. - ¿Qué estás haciendo Pedrito?- Voy a rodear el bosque, así de un solo tirón saco todos los árboles en vez de arrancarlos de a uno en uno. - ¡No, Pedrito!- se quejó el Gigante. -¡Cómo vas a hacer eso¡ El bosque es mi hábitat, mi cazadero, mi guarida. Déjalo como está y me doy por vencido- y así fue como Pedro salió triunfante. Con este pequeño relato pido a Dios que nuestro País puede salir alguna vez de la inmoralidad reinante.

Sabemos que Corrupción es la podre, la podredumbre, la descomposición de los cuerpos. Todo es factible de corromperse, pero en términos políticos reservamos la corrupción y las corruptelas para aplicarlas a las conductas de quienes, usando poderes del Estado, se benefician personalmente en desmedro de los intereses generales, con perjuicio de la sociedad o del mismo Estado. Una conducta corrupta es la que con mala fe, no procura el bien general sino el propio o el de allegados o benefactores. Y alarma al pueblo argentino ver la enorme corrupción generalizada, y que queda impune debido a falta de pruebas fehacientes o de investigaciones acertadas. A la ausencia de jueces probos. Al respecto se intentó desde el Congreso “democratizar la justicia” con implementaciones inconstitucionales en contra de la mayoría de juristas y del mismo Poder Judicial. Un proyecto a espalda del pueblo para amparar por su­puesto, todas las corrupciones habidas y por haber. Actualmente muchos funcionarios y hombres del anterior gobierno y en especial Hebe de Bonafini están tratando de ocupar de manera preocupante un lugar seráfico o angelical de la historia. Hace algunas horas, tras el pedido de detención, allanamiento y orden de captura de la primera dama de los derechos humanos, después de que faltara por segunda vez a su llamado a declarar en la causa Sueños Compartidos, muchos medios de comunicación, políticos y periodistas, se mostraron incapaces de pronunciar cualquier observación sin antes resguardarse con una vasto prefacio para no desacreditar su lucha por los Derechos Humanos. Son más que elocuentes y altisonantes las frases de que es la dirigente humanitaria del país. Como lo dijo en un inestimable escrito Agustín Laje Arrigoni, en el diario crónica y análisis, Hebe de Bonafini, con sus actos y con sus dichos, ha dejado claro que su interés no son los Derechos Humanos, sino propagación de una determinada ideología. Es momento que asumamos como sociedad que el ángel que creíamos tener en frente distó en mucho de ser tal cosa. Llegó el momento de que Hebe tenga su juicio moral. Que deba además presentarse a la justicia por graves delitos. En uno de mis escritos alegue que la ética es una parte de la filosofía. Fundamental. Puesto que trata de las obligaciones del hombre, de cómo debe comportarse de acuerdo a la razón y con el objeto de construir y mantener una sociedad armónica, en la que todos puedan cumplir con sus deberes y obligaciones. La moral, en cambio, no es ciencia sino su aplicación, el ejercicio de las buenas costumbres, de las prácticas de quienes son considerados virtuosos en una sociedad. Los principios de la ética son obligatorios para todos y en todas las circunstancias. Sin embargo por eso el político, o el funcionario ante la moral, deben ser juzgados con muchísima mayor severidad que los que se dedican a otras actividades. Pero hay una razón más fuerte que los obliga a los políticos y a quienes están al frente de fundaciones de enorme trascendencia de ser tratados con mayor rigor que a los demás prójimos. Y es que la vida pública se suele tomar como ejemplo, como modelo de las conductas privadas. El que se siente inclinado a largarse por un mal camino puede razonar: ¿por qué no voy a hacer esto yo, si Pseudas luchadoras por los derechos humanos, legisladores, diputados, senadores gobernadores, presidentes, ministros, hacen cosas peores? Y más aún: si la moral se funda en las conductas que son bien vistas, aceptadas, valoradas por un medio social, ¿ese medio no se expone a que su moral decline, se corrompa, se pervierta, por culpa de los malos ejemplos que desde arriba dan los políticos y los hombres y mujeres indecorosos? El individuo de cualquier oficio que falte a la moral, que no siga los dictados de la ética, corre el riesgo de que a su alma se la lleve el diablo. El político que tenga una conducta igualmente mala, además de ser llevado por el diablo bien se merece la condena, la reprobación, el vituperio, la censura de toda la sociedad. Muy pocos se animan a proferir juicios categóricos y sin rodeos, pues temen arrimarse al precipicio de las opiniones políticamente incorrectas. Pero he aquí la única verdad de esta historia: Hebe de Bonafini no es un ángel, y no sólo debería comparecer penalmente por el desvío de más de 200 millones de pesos que su Fundación robó al Estado argentino, sino que merece, de una vez por todas y mucho más importante inclusive, un juicio moral que eche por tierra con la mitología derecho humanista de la cual se ha alimentado desde hace años. Se debe buscar la imposición de un castigo a los corruptos, a los verdaderos co­rruptos. Lograr algo en este sentido constituiría un triunfo muy deseado por la gente de bien, y hay que esmerarse en encontrar, el modo. Pero no mezclemos los tantos: a lo que apuntamos, lo que está en la mira de la ciudadanía honesta y preocupada, es la corrupción de ciertos funcionarios o de asociaciones ilícitas o corporaciones. No nos dejemos engañar como el pobre Gigante que creyó que con un piolín Pedrito podría arrancar de un solo tirón todo el bosque. Me viene a la memoria el caso de Sancho, cuando estaba a punto de partir a gobernar su ínsula. Don quijote, entre sus consejos, le dice que “si alguna vez se dobla la vara de tu justicia, no sea bajo el peso de la dádiva, sino de la misericordia”. Está muy bien, y a través de los siglos esto ha impregnado nuestra cultura. El gobernante tiene derecho a no cumplir los dictados de la justicia, cuando lo hace impulsado por el peso de su misericordia. El juez no puede ser misericordioso. El juez debe ser justo, y nada más. Pero, en las circunstancias actuales, esa benignidad del ánimo del juez para hacer cumplir la medida coercitiva (aprehensión y detención ), puede contrariar a los anhelos de una población agobiada por la proliferación de la delincuencia, por la impunidad, por la corrupción y la inmoralidad y falta total de ética. Por la evidente falta de castigos y sanciones a quienes se merecen. Queremos una justicia rígida, que no conceda prebendas ni favores, una justicia que desaliente a los delincuentes a continuar delinquiendo. Pero también participamos, como don quijote, del anhelo de que la misericordia en caso de quienes bajo la famosa Lesa humanidad no se le ha comprobado fehaciente y ciertamente delito alguno, pueda, a veces, doblar la vara de la justicia. Con detenciones humanitarias. Deseamos una justicia implacable, inexorable, intransigente, que se aplique contra las mafias que afecten las actividades privadas o públicas. El ángel está caído desde hace mucho tiempo.

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