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La Perla Negra

Por

Andrea Palomas Alarcón

(Crónica tras las bambalinas del relato oficial)

 

El día 25 de agosto de este año  se leyó en Córdoba una sentencia escrita largo tiempo atrás, desde el primer minuto de los cuatro años que duró la farsa judicial denominada Megacausa La Perla.

 

Simples ciudadanos, en forma individual o por agrupaciones, decidimos acompañar a los presos políticos que estaban siendo juzgados. Miembros de AFYAPPA, de  Justicia y Concordia y el Grl Miguel Giuliano presidente del foro de Generales retirados viajamos desde Buenos Aires. Otros como en el caso de Luz García Hamilton y Yetel Menéndez  desde Tucumán. Veteranos de Malvinas vinieron de Rosario o Salta.

 

Nos acreditamos un mes antes, por medio de los defensores de algunos imputados, para poder estar presentes el día de la sentencia.

 

Sin embargo, pese a que fuimos temprano esa mañana, nuestra “acreditación” no aparecía.

 

Nos informaron que no podíamos ingresar a la sala de audiencias y que, en un plazo perentorio, debíamos abandonar el edificio de tribunales porque estaba “blindado”. Pedimos hablar con alguien, ser acreditados, esto, aquello.

 

Subimos para hablar con un funcionario, bajamos para hablar con otro. Pedimos hablar con el Secretario del Tribunal. Nos acompañaron a hablar con Pablo Urrets Zavalía, un pelele soberbio  de cara naranja por la cama solar y apellido ilustre que nos mostró una serie de listas. Decía que no estábamos y que no había forma de entrar. No escuchó nuestras razones, que nos habíamos acreditado, que veníamos de Buenos Aires sólo para este juicio, que muchos imputados no tenían familiares que hubieran podido venir y que podíamos conseguir su autorización y hasta su firma para ingresar en nombre de ellos. No, no, no y no. La lista la había tenido que reescribir hasta el día anterior porque funcionarios como el vicegobernador confirmaron a último momento. “Ah! Entonces por eso nos sacaron de la lista, le dieron nuestro lugar a esos funcionarios”. Silencio. Le dijimos que íbamos a entrar de todas formas, que íbamos a ingresar en la fila del público general pero que estábamos con Cecilia Pando y que si alguien la agredía o había incidentes, sería su responsabilidad. No le importó nada, se sonrío,  creo que hasta disfrutó esa miserable cuota de poder que mencionaba San Martín respecto de los soberbios.  Le prometimos que íbamos a ingresar, de una forma u otra.

 

Bajamos, subimos, nos perdimos en un edificio laberíntico. Nos empezaron a poner límites, que acá no, que bajen para allá, que en este piso no, vayan a hall de entrada, que tienen cinco minutos para desalojar el edificio… Por otro lado la defensoría mandó una nueva lista, que llegaba, que no llegaba, que nos echaban, que no nos íbamos. Estuvimos cerca de dos horas en ese tironeo.

 

Luz García Hamilton también se había acreditado pero en su caso como periodista. Tampoco salía acreditada. Del otro lado, los miembros y amigos de las “orgas” de DDHH entraban por decenas, sin acreditación, les faltaba gente y dejaban entrar a cualquiera. 

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