TRIBUTO A MIS INOLVIDABLES AMIGOS DEL TRICICLO
MI EX LUGAR EN EL MUNDO
Oscurece en la cárcel 31 del Servicio Penitenciario Federal. Desde el patio, rodeado por altas paredes y alambrados de púas, trato de adivinar hacia donde queda mi ex lugar en el mundo. Ese lugar era hasta hace pocos meses la calle Salta al 2279 de Olivos, y como está en la Argentina, país al que ya no quiero pertenecer, me refiero al mismo como “ex”. Allí conocí a mis 2 primeros amigos en la vida. Son mis amigos “del triciclo”, como nos calificó la esposa de uno de ellos, ya que teníamos entre 3 y 5 años cuando comenzó nuestra relación, que como premio de la vida perdura hasta hoy. En esa época justamente nos movilizábamos en triciclos. Siendo vecinos, nuestras respectivas casas, tenían otra de por medio.
MIS AMIGOS NO PUEDEN TENER NOMBRE EN ESTE ESPACIO
No puedo nombrarlos, el viceministro de defensa de la nación
Alfredo Forti prometió que “vendrán por nuestras familias, hijos,
nietos y amigos”. Eso y tantos años de amistad profundiza aún más
mi afecto por ellos. Son muchos años que nada ni nadie nunca
podrá borrar. Transitamos la vida siempre en contacto, ellos como
empresarios, yo como policía, mientras se agregaban esposas,
hijos y nietos. Nuestras madres también eran amigas entre sí. Ellas y todos nuestros mayores fueron desapareciendo debido al tiempo biológico que transcurrió inexorablemente. Hoy quedamos nosotros tres.
LA MAGIA
Cada vez que nos juntamos se enciende la magia y estemos donde estemos, caminando, cenando o tomando un café, volvemos a la infancia y la adolescencia. Entre nosotros no ha habido cambio físico alguno, ya que no lo vemos. Estamos iguales, aunque la gente tampoco lo vea y crea que somos 3 personas mayores. Somos los mismos que armábamos una tarima sobre la calle Salta y vendíamos nuestros “Comic”(Revistas de caricaturas) para agasajar a nuestras madres con Coca Cola (en botellas de vidrio pequeñas) y panchos. Somos los mismos que raudamente bajábamos por la, para nosotros, muy empinada barranca de la calle Salta entre Corrientes y Marconi, en patines, carritos de rulemanes, o bicicleta. Somos los mismos que escalábamos muy alto a los postes telefónicos, desde donde escupíamos a más y mejor.
LA GUERRA
Somos los mismos que cuando llegaba la temporada en que los árboles de naranjas amargas existentes en las veredas, daban sus frutos, al grito de -guerra de naranjas- nos trepábamos a ellos, arrancábamos varias y entre risas imparables, entonces sí -sálvese quien pueda. La guerra era contra el resto de chicos y chicas del barrio cuando estaban a mano. Somos los mismos que teníamos un silbido clave para llamarnos y juntarnos.
PALANCHO Y BONZO LOS AMIGOS DE 4 PATAS
Somos los mismos que salíamos juntos a hacer algún mandado de varias cuadras, hasta la avenida Maipú. Entonces previo espiar en la casa de Salta y Marconi, donde vivía la familia Poch abríamos la puerta de reja del jardín, dejando escapar a nuestro fiel amigo “Palancho”. Un perro negro, peludo y muy grande quien alegremente nos acompañaba en nuestro correr, luego de tocar algún timbre o fumar algún cigarrillo robado, por uno de mis amigos a su padre, y que algún transeúnte mayor nos hacia tirar, previo reto. Pero lo máximo para Palancho era las porciones- de piza que comprábamos en la vieja Pizzería Mitre y compartíamos con él. Ya conocidos en la misma uno de mis amigos –el más locuaz hasta hoy- negoció para que la porción de Palancho fuera gratis. Este muy agradecido por supuesto. Luego de las compras volvíamos todos contentos y repetíamos lo de la puerta de la casa de la familia Poch, pero a la inversa, así nuestro inolvidable amigo de 4 patas volvía a su hogar, hasta una próxima aventura con piza incluida. Hoy a través de la distancia de tantos años, me pregunto, si sus dueños habrán notado las desapariciones y apariciones misteriosas de su mascota y en ese caso que habrán pensado? La de Bonzo, un hermoso ovejero alemán, quien vivía en una casa frente a la de la familia Poch, ya es otra historia y quedará para otro día. En esos años por ser vecinos, también concurríamos al cine de la Quinta Presidencial (que solo tenía alambrado artístico y ligustrina) a ver antes que en el cine películas de Bob Hope o Jerry Lewis. Con baja inseguridad, realmente éramos libres.
MISA Y 2 HOSTIAS
Somos los mismos que los domingos religiosamente concurríamos a la Iglesia del Huerto de los Olivos donde nos confesábamos y comulgábamos siendo la gran proeza, cambiarse de lugar y recibir una segunda hostia, ya que el querido padre bastos era ciego. Adrenalina era simular que depositábamos dinero en la bolsita con mango de quien recogía el óbolo durante la misa. Y otras tantas “proezas” que nos impulsaban semanalmente a querer cumplir con Dios. Nuestro Cinema Paradiso, de 3 películas, estaba a 3 cuadras de la iglesia, era el Cine York, todavía en funcionamiento y está frente a la estación ferroviaria y plaza Borges. Lo habíamos conocido de la mano de nuestras abuelas.
TV BLANCO Y NEGRO
Somos los mismos que tarde a tarde en el único canal de TV existente, nos juntábamos a ver a Lloyd Bridges en Caza Submarina o a Broderick Crawford en “Patrulla de Caminos”, quien repetía por la radio de su auto policial, una y otra vez – 2050 llamando a Jefatura- Años después cuando yo también repetía una y otra vez un llamado similar por la radio de mi móvil, vuelta a vuelta se me representaban esas recordadas imágenes que nosotros 3 compartíamos sentados en el suelo, frente al moderno TV en blanco y negro.
GANDINI DE OLIVOS
Relatar otras miles de experiencias y anécdotas de cumpleaños, reyes, carnavales, kermeses y banda municipal, en la plaza frente al viejo almacén y bar Gandini, también sobreviviente al tiempo, donde seguíamos concurriendo hasta mi detención, sumarian muchas líneas a este escrito. Líneas que escritas o no, no pueden ser borradas por amenaza alguna del presente amargo que me toca vivir, junto con mi familia y el apoyo de mis amigos. Hasta mi detención periódicamente, al pasar cerca de Olivos, me desviaba en mis recorridos y volvía al lugar. Innumerables veces la llevé a mi esposa, o estando solo y finalizando el día, dejé el vehículo y caminaba algunas cuadras, procurando ver y escuchar a través del tiempo, a mis dos amigos, corriendo y saltando. Hoy no puedo dar este paseo para verlos y escucharlos nuevamente, pero igual desde la distancia se que en estos precisos momentos ellos están allí, como siempre con risas imparables y al grito de "guerra de naranjas!"
Claudio Kussman
Marzo 16, 2015
PrisioneroEnArgentina.com